Por Ester Frola*
¿De qué hablamos cuando hablamos de inclusión? ¿A quién se pretende visibilizar cuando se hace uso de esta expresión? A lo que refiere, generalmente, es a discapacidad, preponderando únicamente aquellas discapacidades que son “visibles”, manifiestas. En segundo plano quedan las imposibilidades, las diferencias, aquellas características que marcan, que separan de lo común. Y para zanjar esa brecha aparece la palabra inclusión, sus formas y enunciados, procesos e implementaciones, discursos y palabras que llenan todos los espacios.
¿De qué hablamos cuando hablamos de inclusión? ¿A quién se pretende visibilizar cuando se hace uso de esta expresión? A lo que refiere, generalmente, es a discapacidad, preponderando únicamente aquellas discapacidades que son “visibles”, manifiestas. En segundo plano quedan las imposibilidades, las diferencias, aquellas características que marcan, que separan de lo común. Y para zanjar esa brecha aparece la palabra inclusión, sus formas y enunciados, procesos e implementaciones, discursos y palabras que llenan todos los espacios.
Según la Real Academia inclusión es “la acción y efecto de incluir” e incluir es poner algo o a alguien dentro de una cosa o de un conjunto, o dentro de sus límites. Contener a otra cosa, llevarla implícita. Esta idea de “llevar implícito” señala el eje de discusión. Si lo incluido debiese estar implícito, significa no poner en cuestión su pertenencia, ni señalarlo como diferente. Pero la realidad presenta otros escenarios. Para muchas personas el acceso a la participación se encuentra inhabilitado por diferentes razones: culturales, económicas, de salud, geográficas; vedando oportunidades de crecimiento, de desarrollo y, fundamentalmente, de inserción social. Entonces, lo que se expone es el rostro duro de una sociedad que configura desigualdades y que está signada por la fragmentación social.
«...no son las cualidades de las personas, sino las condiciones sociales el eje en cuestión»
Una sociedad que utiliza tal discurso de inclusión corre el riesgo de ser excluyente, diseñando propuestas a medida, particulares para determinados colectivos, pero que continúan socavando las posibilidades, las oportunidades, los espacios, los futuros. Un molde acorde a ciertas características no significa promover las interacciones ni articular experiencias entre personas en un espacio común. Este sentido implica naturalizar la creación de un territorio demarcado sólo para que estén, para facilitarles el tránsito y su visibilización en tanto se los ubica sólo para que permanezcan. Y, en muchos casos, cuando se promueven estas prácticas lo que se termina subrayando son las desigualdades.
Lo que está en juego es el derecho a ser parte del conjunto, donde cada uno pueda remitirse y elegir su pertenencia, siendo esto innegociable, y no una sesión de espacio. Es una conquista diaria que propone una sociedad más justa donde conviva la diversidad.
Imágenes ilustrativas: se muestran manos abiertas, pintadas de diversos colores |
Muchas personas, en su mayoría niños, ingresan en categorías estadísticas denominadas “grupos en situación de vulnerabilidad” donde lo que se vulnera básicamente es el goce y ejercicio de sus derechos. Entonces, es importante dar cuenta de la problemática real: no son las cualidades de las personas, sino las condiciones sociales el eje en cuestión. La misma sociedad que incluye genera los mecanismos para excluir.
Un Estado responsable debe responder con políticas de justa distribución de los recursos que habilitan el acceso a condiciones dignas de salud, educación, y el estímulo a la recreación
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