Los femicidios de las turistas mendocinas vuelven a poner en escena la violencia de género y los mandatos que pesan sobre las mujeres. Una reflexión sobre el caso.
Por Catalina Bonacossa
“Portate bien morocha”, me dijo un taxista una vez.
Portate bien mujer, adolescente y niña.
Portate bien: no viajes sola, no te pongas un short aunque haga 40 grados de calor, comprá gas pimienta, no camines sola a la noche o a la siesta, no hables con desconocidos. ¡No te compres una pollera! No por favor, no lo hagas.
No beses, no muestres tus curvas, aceptá que tu novio o tu amigo paguen tus cuentas, que te cuiden, que te protejan siempre.
Portate bien mujer porque si te “portás mal” te buscás tu muerte.
Si te portás mal, morocha o rubia, te van a violar, y va ser tu culpa por no cuidarte, por no tener miedo.
Nos portemos bien: no tomemos alcohol, no viajemos solas, tengamos a nuestras hijas, hermanas y amigas siempre armadas con gas pimienta por las dudas.
Justifiquemos lo injustificable: compremos las bolsas negras nosotras para ahorrarles el trabajo a los hombres, porque en el fondo lo merecemos… nos portamos mal.
Yo soy las mendocinas. Yo soy las francesas que murieron en Salta. Yo soy Lola Chomnalez. Yo soy Candela Sol Rodríguez. Yo soy Ángeles Rawson. Yo soy Chiara Páez.
Yo soy mujer, y nací libre de portarme mal o bien.
Yo soy mujer y quiero caminar sin miedo. Quiero que mis amigas dejen el gas pimienta, quiero que me digan que me saqué un 10 por mi inteligencia y no por ser mujer.
Yo soy mujer y quiero viajar sola sin que mis padres sufran por mi decisión.
Yo soy mujer y puedo pagar mis cosas, va para aquellos mozos que le dejan la cuenta al hombre de la mesa.
Yo soy mujer y no por ello soy débil.
Yo soy mujer y mato ratas, víboras, y arañas.
Yo soy mujer y no me gusta cocinar, mi lugar no es la cocina.
Yo soy mujer y, si quiero, me voy a portar mal.
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