Así, la vieja casona que durante tanto tiempo fue símbolo de Unione e Fratellanza, hoy ya tiene una nueva tradición, en un espacio que empezó como cineclub y hoy diversifica su oferta con teatro, conciertos, cortometrajes, actividades de formación, biblioteca. La usual frase “Nos vemos en la rampa del Cineclub” confirma que, además, es también lugar de encuentro. “Nuestra generación no tenía lugares de reunión como este”, añade Salzano, su director, rodeado por el nutrido staff al que señala como el motor que sostiene y renueva la propuesta.
El equipo de trabajo se distribuye en todos las áreas que, progresivamente, fueron instalándose y dándole identidad a cada rincón del cine: la biblioteca y sus estantes, el teatro en la sala mayor y la de arriba, las clases y talleres en las salas pequeñas, los festivales en el patio, las oficinas rodeadas de cuadros de estrellas. Y las películas, siempre protagonistas, en la sala principal.
La imagen es todo.
“Si hay criterio, es el de la amplitud, no cerrar la puerta a ningún tipo de cine, que convivan cinematografías diferentes”, explica Guillermo Franco, programador desde los inicios. Con esta línea, el cineclub viene incluyendo en su programa ciclos de clásicos, muestras de festivales, cine de países que habitualmente no llega a cartelera, o bien rescata de las salas comerciales películas valiosas para reponer.
En 10 años, Franco indica múltiples ciclos a destacar, aunque los que enorgullecen su tarea de programador fueron las retrospectivas de directores como Aki y Mika Kaurismaki, Nicolas Philibert, Agnés Varda, Ron Mann, Yasujiro Ozu o Lucrecia Martel, o de los actores Klaus Kinski e Isabelle Huppert. En el cineclub también pudimos ver los estrenos de Manderlay, Nadie sabe, Soñando despierto, La nube errante, Historias extraordinarias, I’m not there, Liverpool, Paranoid Park o Del tiempo y la ciudad.
“La idea es mantener la confianza de quienes vienen. Si confiás en la programación y creés en un espacio, seguís asistiendo”, señala Franco, como clave que explica la asistencia a los ciclos, y que sirve también como norte para sostener la calidad de la selección. Por eso, los horarios de las proyecciones no se alteran y ya forjaron un hábito en los espectadores. Sabés que a las 15.30, 18, 20.30 y 23 hay algo bueno para ver.
La diversidad también.
“Con el tiempo, empezamos con actividades extras, al ver que el espacio estaba libre y teníamos un equipo maduro. Decidimos aplicar lo mismo que usábamos para distribuir el cine en otras áreas. Nos ha dio bien”, cuenta Salzano.
Es el caso, entre otros, del Cineclub El Corto, que cumple siete años y que en octubre vuelve a presentar su festival Cortópolis. Diego Pigini cuenta que empezó como un proyecto para mostrar el cine cordobés y que hoy exhibe también cortos de otros países. “En estos años hubo un crecimiento de la producción cordobesa y hacía falta también un espacio estable para difundirlo –explica–. La idea era llegar al público en general, no sólo a estudiantes de cine. Costó, pero se logró”.
La apertura a un público amplio se logró también con otras áreas. Salzano destaca el efecto que tuvo el Teatro Minúsculo con las sucesivas ediciones de las sitcoms teatrales Maldita Afrodita y Corazón de Vinilo. “Fue útil para ampliar y llegar a un público nuevo, fue una observación de códigos comunes, referencias culturales, una comicidad compartida”, añade. El mismo rol de apertura tuvieron, según Pablo Mrakovich, las ediciones teatrales de Fahrenheit o el ciclo Cine & Rock.
Otro foco de apertura fue el de los cursos del Gimnasio cinematográfico, que empezó como alternativa al academicismo, cuenta Salzano, con grados de especialidad que no abarcaba la enseñanza oficial. “Buscamos propuestas para gente grande y joven, desde especializaciones técnicas hasta temas de interés general”, agrega Pigini; “Identificamos inquietudes de la gente, o nos sentamos a delirar y aparecen cosas como ‘Cine y gastronomía”, añade Mrakovich.
La actividad de la biblioteca, ciclos de conciertos, talleres de teatro, y el espacio compartido con otros cineclubes fueron otros aciertos; y los convocantes de siempre: los ciclos de Stanley Kubrick, de Charly Chaplin, más el rol fundamental de
“La continuidad está dada por la constancia, la puerta estuvo abierta siempre”, suma Julieta Fantini, quien cree que la clave no está en la resistencia sino en el reconocimiento del trabajo ininterrumpido. “El cine abre la propuesta a un círculo más grande, se parece a un centro cultural, trasciende la idea de un cineclub”, añade.
Salzano resume: “La idea desde el principio es no hacer trampa, no bajar línea. En Córdoba solía haber una formación cultural ideológicamente interesada. Nosotros decidimos desechar prejuicios, en la medida de lo posible, y contaminar a la gente con la militancia cultural”.
Fuente: La Voz del Interior.
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