Alejandra Folgarait - Diario Crítica Digital
Los argentinos juegan a los numeritos de los muertos como si fuera la Quiniela. Antes fue el dengue, ahora la gripe A, mañana acaso vuelvan las llamadas “víctimas de la inseguridad”. Contar muertos es el nuevo deporte nacional.
Tempranito a la mañana, suena el teléfono. Es una prima con una pregunta urgente, impostergable, de vida o muerte.
–Vos que sabés, ¿me podés decir cuántos muertos por este nuevo virus hay? Porque el hermano de un compañero de la oficina me dice que en una clínica de Quilmes se murieron 18, por e-mail me llegó que hay otros seis muertos en San Miguel, y además están las dos enfermeras de las que nadie habla. Así que, por favor, contame la posta.
De nada vale ofrecerle el último número confirmado por los análisis de laboratorio del Instituto Malbrán. Sean 55 o 100, no me cree. Y no es la única que desconfía por default de los números de las epidemias en la Argentina.
La desorientación es comprensible. Empezando por la cifra de la deuda externa, muchas veces se han tapado números en este país. Lo que sorprende es que los medios ahora se ensañen con un presunto ocultamiento de cifras sobre la pandemia de influenza A H1N1 en la Argentina. Estamos
Basta hurgar en las páginas de diarios norteamericanos, canadienses y británicos –países donde la gripe A se extiende sin pruritos– para notar que ninguno lleva a diario la cuenta de enfermos y muertos como acá. Publican cada tanto las cifras oficiales, dan cuenta de algún contagiado famoso, como el actor pelirrojo de la saga de Harry Potter, incluso se alarman cuando el CDC (el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos) hace pública la estimación de un millón de infectados por gripe A en ese país. Pero en ningún caso deslizan sospechas sobre los números emitidos por los organismos sanitarios de sus respectivos países. ¿Qué pasa enla Argentina , entonces, para que todos desconfiemos tanto?
Es cierto que no nos faltan razones históricas para dudar de la buena fe con que nos informan desde el poder de turno. La negación de la existencia de desaparecidos y fusilados durante la dictadura militar, la manipulación de las bajas en Malvinas, el consejo de que “el que apuesta al dólar pierde”, el corralito, “la casa está en orden”, tanta hipocresía política tienen que haber alimentado el recelo de los argentinos hacia sus gobernantes. Pero, hasta poco tiempo atrás, la suspicacia no se derramaba públicamente sobre los problemas sanitarios. Se suponía que con la salud –y con los muertos– no se jode.
Pero el antiguo temor a un fraude electoral parece haber alcanzado ahora a la epidemiología. Quizás sea el efecto INDEC. Pero sospecho que esta pasión por contar los muertos –un morbo que alimenta la televisión minuto a minuto– viene de mucho más atrás.
En Diario del año de la peste, el escritor Daniel Defoe dejó testimonio obsesivo del número de muertos causados por la peste de 1665 en Londres. Aunque no se privó de anotar escrupulosamente las cifras de apestados, barrio por barrio y día tras día, Defoe centró su crónica en la reconstrucción de las vivencias de los millares que pasaron meses conviviendo con la muerte. Nada que ver con nuestro enfoque de la epidemia. La cuestión de los números –su escatimación porfiada y adrede– parece ser una obsesión nacional.
Recuerdo la amarga discusión por el número de desaparecidos enla Argentina. Que si son 30 mil, que si fueron seis mil. Todavía hay quienes dirimen si los nazis asesinaron a seis millones de judíos o fueron un puñado menos, de acuerdo con los censos poblacionales. Me dan asco.
Cada muerto por una enfermedad como la gripe debería preocuparnos. Especialmente, cuando estamos en medio de una pandemia de la que todavía se sabe poco y que lo último que necesita es el pánico generado por la competencia de los numeritos y los rumores de ocultamiento.
Que quede claro: conocer en tiempo y forma los números de una epidemia es fundamental para los que tienen que tomar decisiones sanitarias en una población. Todos tenemos, además, derecho a contar con información transparente. Pero hacer de eso pan y circo es, sencillamente, una canallada. de acuerdo: a todo el mundo le encantan las teorías paranoicas. Pero buscar conspiraciones detrás de la incertidumbre de una epidemia es un juego estúpido y peligroso. Fuente: Diario Critica Digital.
Tempranito a la mañana, suena el teléfono. Es una prima con una pregunta urgente, impostergable, de vida o muerte.
–Vos que sabés, ¿me podés decir cuántos muertos por este nuevo virus hay? Porque el hermano de un compañero de la oficina me dice que en una clínica de Quilmes se murieron 18, por e-mail me llegó que hay otros seis muertos en San Miguel, y además están las dos enfermeras de las que nadie habla. Así que, por favor, contame la posta.
De nada vale ofrecerle el último número confirmado por los análisis de laboratorio del Instituto Malbrán. Sean 55 o 100, no me cree. Y no es la única que desconfía por default de los números de las epidemias en la Argentina.
Basta hurgar en las páginas de diarios norteamericanos, canadienses y británicos –países donde la gripe A se extiende sin pruritos– para notar que ninguno lleva a diario la cuenta de enfermos y muertos como acá. Publican cada tanto las cifras oficiales, dan cuenta de algún contagiado famoso, como el actor pelirrojo de la saga de Harry Potter, incluso se alarman cuando el CDC (el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos) hace pública la estimación de un millón de infectados por gripe A en ese país. Pero en ningún caso deslizan sospechas sobre los números emitidos por los organismos sanitarios de sus respectivos países. ¿Qué pasa en
Es cierto que no nos faltan razones históricas para dudar de la buena fe con que nos informan desde el poder de turno. La negación de la existencia de desaparecidos y fusilados durante la dictadura militar, la manipulación de las bajas en Malvinas, el consejo de que “el que apuesta al dólar pierde”, el corralito, “la casa está en orden”, tanta hipocresía política tienen que haber alimentado el recelo de los argentinos hacia sus gobernantes. Pero, hasta poco tiempo atrás, la suspicacia no se derramaba públicamente sobre los problemas sanitarios. Se suponía que con la salud –y con los muertos– no se jode.
Pero el antiguo temor a un fraude electoral parece haber alcanzado ahora a la epidemiología. Quizás sea el efecto INDEC. Pero sospecho que esta pasión por contar los muertos –un morbo que alimenta la televisión minuto a minuto– viene de mucho más atrás.
En Diario del año de la peste, el escritor Daniel Defoe dejó testimonio obsesivo del número de muertos causados por la peste de 1665 en Londres. Aunque no se privó de anotar escrupulosamente las cifras de apestados, barrio por barrio y día tras día, Defoe centró su crónica en la reconstrucción de las vivencias de los millares que pasaron meses conviviendo con la muerte. Nada que ver con nuestro enfoque de la epidemia. La cuestión de los números –su escatimación porfiada y adrede– parece ser una obsesión nacional.
Recuerdo la amarga discusión por el número de desaparecidos en
Cada muerto por una enfermedad como la gripe debería preocuparnos. Especialmente, cuando estamos en medio de una pandemia de la que todavía se sabe poco y que lo último que necesita es el pánico generado por la competencia de los numeritos y los rumores de ocultamiento.
Que quede claro: conocer en tiempo y forma los números de una epidemia es fundamental para los que tienen que tomar decisiones sanitarias en una población. Todos tenemos, además, derecho a contar con información transparente. Pero hacer de eso pan y circo es, sencillamente, una canallada. de acuerdo: a todo el mundo le encantan las teorías paranoicas. Pero buscar conspiraciones detrás de la incertidumbre de una epidemia es un juego estúpido y peligroso.
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