Lic. Ester Frola, para APADIM*
Hoy los docentes hemos logrado profesionalizar nuestras tareas, o al menos estamos en ese proceso, frente a los alumnos, las familias y la sociedad. Si bien quizás no se haya logrado el total reconocimiento de la importancia de la función, especial o no, existen ciertos consensos sobre el valor de la educación como proceso transformador de la sociedad.
Los maestros no son meros transmisores de políticas de Estado, o al menos no deberían acostumbrarse a esa función. Esto se convierte en un peligro cuando la política curricular no está centrada en generar niveles de razonamiento, ni en la formación de pensadores críticos, ni en formar alumnos-investigadores de causas, siendo a largo plazo meros sujetos pasivos frente a los efectos de los cambios.
Frente a estos riesgos el accionar docente es un generador de cultura, un vehículo de cambios, promotor de integración ciudadana comprometida. La escuela es el lugar de referencia del pensamiento.
Este pensamiento no puede materializarse sino es a la vera de los actores y es allí donde los maestros son los que a partir de su rol comienzan la transformación. La responsabilidad de las acciones recae sobre cada uno de ellos, ya que las políticas y los contenidos educativos sólo se plasman cuando un maestro se para frente a los alumnos con todo su saber, su ética y sus ideales.
Así, día tras día las aulas son ese puente en la elaboración del conocimiento, en la producción de aprendizajes significativos entre alumnos y docentes. Seguro no se podrán encontrar dos clases iguales aunque el contenido y la graduación sea la misma entre varios grupos y escuelas. Los responsables de esa identidad, de esa huella son los maestros que planifican actividades y formas de enseñar diferentes, acordes a los grupos y a las personas que los conforman. Porque el mayor orgullo de un maestro es trascender el tiempo a través de lo enseñado, quedando ese contenido fijado a la memoria y la razón de los alumnos porque se volvió significativo y le sirvió para transformar una realidad. Comprender los hechos históricos del país del que se forma parte, las razones que tiene la naturaleza para cada hecho, la relación entre lo que decimos y los dibujos que son letras son hechos sumamente significativos para aquel que intenta descifrarlos…
Siempre hemos sabido que nuestro compromiso está con los alumnos. Nuestros alumnos. Somos responsables de una etapa en la vida de muchas personas a las que vemos, interactuamos, evaluamos y acompañamos. Nos comprometemos para brindar la mejor educación posible, aquella que le permita crecer. Y a lo largo de los años intentamos perfeccionar los métodos, cambiar las estrategias, adquirir más conocimiento para transformarlo en mejores clases.
Los docentes tenemos una tarea pendiente: escribir, contar, compartir nuestro saber construido entre libros y alumnos, entre hojas rotas y pizarrones mal borrados. Enseñamos, construimos valores, aprendemos. Compartimos la historia universal o la argentina con la propia historia, la nuestra, la de los alumnos.
Probamos, nos equivocamos, descubrimos una forma simple de que el otro entienda que 2+2=4. O que lo que decimos tan rápido tarda mucho tiempo (real y subjetivo) en transcribirse en palabras. Pero para cada contenido construimos estrategias, elaboradas formulas que se convierten en proyectos, que a su vez compartimos con esos compañeros de tarea que están en la misma búsqueda.
Y en ese equipo se elaboran redes de contenidos y se aumentan las expectativas en función de los alumnos. Cada día el horizonte se corre y las metas se incrementan y las utopías sirven para caminar (como dice Galeano) y los alumnos que pueden también cada día son más.
Nos volvemos inconformista porque siempre buscamos esa puerta que se nos abre para describir nuevas formas de aprender - enseñar, porque sabemos que el aprendizaje se construye peldaño a peldaño, y que en esto de aprender los límites no son fijos ni objetivos. Y porque en el aprendizaje hay mucho de deseo, de quien aprende y de quien enseña.
El espejo donde nos reflejamos son alumnos cada día más autodeterminados, independientes, capaces y plenos. Esta plenitud está cruzada de varios objetivos: lograr metas, conquistar los miedos y encima disfrutar cada instancia.
Esto que se vive a diario dentro de las escuelas es necesario ponerlo en palabras y que éstas nos trasciendan, nos conecten con otras personas, con otros maestros que puedan ver otra realidad.
Quiero creer que dentro de cada aula hay docentes que saben y se sienten responsables de sus alumnos, con la conciencia de que cada palabra… gesto… actitud son una huella en los otros…
Hoy los docentes hemos logrado profesionalizar nuestras tareas, o al menos estamos en ese proceso, frente a los alumnos, las familias y la sociedad. Si bien quizás no se haya logrado el total reconocimiento de la importancia de la función, especial o no, existen ciertos consensos sobre el valor de la educación como proceso transformador de la sociedad.
Los maestros no son meros transmisores de políticas de Estado, o al menos no deberían acostumbrarse a esa función. Esto se convierte en un peligro cuando la política curricular no está centrada en generar niveles de razonamiento, ni en la formación de pensadores críticos, ni en formar alumnos-investigadores de causas, siendo a largo plazo meros sujetos pasivos frente a los efectos de los cambios.
Frente a estos riesgos el accionar docente es un generador de cultura, un vehículo de cambios, promotor de integración ciudadana comprometida. La escuela es el lugar de referencia del pensamiento.
Este pensamiento no puede materializarse sino es a la vera de los actores y es allí donde los maestros son los que a partir de su rol comienzan la transformación. La responsabilidad de las acciones recae sobre cada uno de ellos, ya que las políticas y los contenidos educativos sólo se plasman cuando un maestro se para frente a los alumnos con todo su saber, su ética y sus ideales.
Así, día tras día las aulas son ese puente en la elaboración del conocimiento, en la producción de aprendizajes significativos entre alumnos y docentes. Seguro no se podrán encontrar dos clases iguales aunque el contenido y la graduación sea la misma entre varios grupos y escuelas. Los responsables de esa identidad, de esa huella son los maestros que planifican actividades y formas de enseñar diferentes, acordes a los grupos y a las personas que los conforman. Porque el mayor orgullo de un maestro es trascender el tiempo a través de lo enseñado, quedando ese contenido fijado a la memoria y la razón de los alumnos porque se volvió significativo y le sirvió para transformar una realidad. Comprender los hechos históricos del país del que se forma parte, las razones que tiene la naturaleza para cada hecho, la relación entre lo que decimos y los dibujos que son letras son hechos sumamente significativos para aquel que intenta descifrarlos…
Siempre hemos sabido que nuestro compromiso está con los alumnos. Nuestros alumnos. Somos responsables de una etapa en la vida de muchas personas a las que vemos, interactuamos, evaluamos y acompañamos. Nos comprometemos para brindar la mejor educación posible, aquella que le permita crecer. Y a lo largo de los años intentamos perfeccionar los métodos, cambiar las estrategias, adquirir más conocimiento para transformarlo en mejores clases.
Los docentes tenemos una tarea pendiente: escribir, contar, compartir nuestro saber construido entre libros y alumnos, entre hojas rotas y pizarrones mal borrados. Enseñamos, construimos valores, aprendemos. Compartimos la historia universal o la argentina con la propia historia, la nuestra, la de los alumnos.
Probamos, nos equivocamos, descubrimos una forma simple de que el otro entienda que 2+2=4. O que lo que decimos tan rápido tarda mucho tiempo (real y subjetivo) en transcribirse en palabras. Pero para cada contenido construimos estrategias, elaboradas formulas que se convierten en proyectos, que a su vez compartimos con esos compañeros de tarea que están en la misma búsqueda.
Y en ese equipo se elaboran redes de contenidos y se aumentan las expectativas en función de los alumnos. Cada día el horizonte se corre y las metas se incrementan y las utopías sirven para caminar (como dice Galeano) y los alumnos que pueden también cada día son más.
Nos volvemos inconformista porque siempre buscamos esa puerta que se nos abre para describir nuevas formas de aprender - enseñar, porque sabemos que el aprendizaje se construye peldaño a peldaño, y que en esto de aprender los límites no son fijos ni objetivos. Y porque en el aprendizaje hay mucho de deseo, de quien aprende y de quien enseña.
El espejo donde nos reflejamos son alumnos cada día más autodeterminados, independientes, capaces y plenos. Esta plenitud está cruzada de varios objetivos: lograr metas, conquistar los miedos y encima disfrutar cada instancia.
Esto que se vive a diario dentro de las escuelas es necesario ponerlo en palabras y que éstas nos trasciendan, nos conecten con otras personas, con otros maestros que puedan ver otra realidad.
Quiero creer que dentro de cada aula hay docentes que saben y se sienten responsables de sus alumnos, con la conciencia de que cada palabra… gesto… actitud son una huella en los otros…
*Directora de la Escuela de Formación Integral y Capacitación Laboral y de la Red de Talleres Protegidos de APADIM Córdoba.
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