Aquí compartimos con ustedes un artículo el cual pone de manifiesto las sensaciones de todos quienes estuvimos presentes en el tribunal federal. Un fallo ejemplar que recupera la justicia como un bien social es sin duda un momento histórico para nuestro país.
Cuando Nelly Llorens levantó su bastón con una mano y con la otra hacía la “V” de la victoria, ya estaba todo dicho. Con 88 años y dos hijos desaparecidos, una de las fundadoras de Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas en Córdoba resumía, en su cuerpo frágil, la emoción que colmó la sala de audiencias a la hora de la sentencia.
La sala repleta lloraba pasadas las cinco y media de la tarde. Lloraban todos.
Lloraban padres, madres, abuelas, hermanos y amigos de las víctimas de la dictadura. Lloraban los familiares de los represores condenados a prisión perpetua. Lloraban los periodistas, los funcionarios, los activistas de los derechos humanos y la gente que fue al tribunal y nunca pensó que iba a llorar.
En una esquina, una mujer lagrimeaba despacio. Llegó a la audiencia sólo con la intención de reconciliarse con las instituciones democráticas. María Isabel (41), de ella se trata, es una ciudadana cualquiera que con anticipación se había anotado para presenciar la sentencia. No conocía a nadie en el primer piso de Tribunales Federales. No es hija, madre, abuela ni nieta de desaparecidos. En apariencia, no tenía demasiados motivos para estar allí.
Hasta bien entrada la democracia no había conocido las atrocidades de la dictadura, pese a que creció en tiempos de una violencia bien ocultada por sus padres. Sin afiliación política y sin motivaciones personales, estaba allí. En ese rincón de la sala estuvo a la hora de escuchar la última palabra en libertad del ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez. El primer escalofrío en la espalda le corrió cuando el represor habló de “guerra contrarrevolucionaria” y, como al pasar, dijo: “Este es el primer país que juzga a sus soldados victoriosos”. El segundo escozor la recorrió de pies a cabeza, según contó, cuando el represor aludió, sin nombrarlo, al Gobierno nacional al que vinculó con “los subversivos de ayer”.
No soltó una lágrima la ciudadana María Isabel cuando se dio cuenta de que jamás iba a escuchar una palabra de arrepentimiento, un rasgo de humanidad. Simplemente lanzó un insulto de los que más duelen.
Un día de gloria. “Es un día de gloria, hermana. Este tipo no se imaginó que iba a ir a la cárcel”, dijo la mujer con los ojos y la voz embotados.Ya no estaba en la esquina. Cuando el presidente del Tribunal, Jaime Díaz Gavier, anunció la condena a prisión perpetua de Menéndez, pena que deberá cumplir en el penal de Bouwer, al menos por ahora, María Isabel se abrazó a otra mujer que lloraba desconsoladamente mientras le confesaba al oído que nunca pensó que viviría para ver a los represores en la cárcel.
A la ciudadana de la historia le latió demasiado fuerte el corazón cuando la sala estalló en aplausos, gritos y sollozos. Y, casi sin quererlo, se trepó a una de las sillas del recinto y coreó cánticos victoriosos. Con el aliento gastado, María Isabel abandonó la sala. Se había reconciliado con la vida, y con la Justicia.
Cuando Nelly Llorens levantó su bastón con una mano y con la otra hacía la “V” de la victoria, ya estaba todo dicho. Con 88 años y dos hijos desaparecidos, una de las fundadoras de Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas en Córdoba resumía, en su cuerpo frágil, la emoción que colmó la sala de audiencias a la hora de la sentencia.
La sala repleta lloraba pasadas las cinco y media de la tarde. Lloraban todos.
Lloraban padres, madres, abuelas, hermanos y amigos de las víctimas de la dictadura. Lloraban los familiares de los represores condenados a prisión perpetua. Lloraban los periodistas, los funcionarios, los activistas de los derechos humanos y la gente que fue al tribunal y nunca pensó que iba a llorar.
En una esquina, una mujer lagrimeaba despacio. Llegó a la audiencia sólo con la intención de reconciliarse con las instituciones democráticas. María Isabel (41), de ella se trata, es una ciudadana cualquiera que con anticipación se había anotado para presenciar la sentencia. No conocía a nadie en el primer piso de Tribunales Federales. No es hija, madre, abuela ni nieta de desaparecidos. En apariencia, no tenía demasiados motivos para estar allí.
Hasta bien entrada la democracia no había conocido las atrocidades de la dictadura, pese a que creció en tiempos de una violencia bien ocultada por sus padres. Sin afiliación política y sin motivaciones personales, estaba allí. En ese rincón de la sala estuvo a la hora de escuchar la última palabra en libertad del ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez. El primer escalofrío en la espalda le corrió cuando el represor habló de “guerra contrarrevolucionaria” y, como al pasar, dijo: “Este es el primer país que juzga a sus soldados victoriosos”. El segundo escozor la recorrió de pies a cabeza, según contó, cuando el represor aludió, sin nombrarlo, al Gobierno nacional al que vinculó con “los subversivos de ayer”.
No soltó una lágrima la ciudadana María Isabel cuando se dio cuenta de que jamás iba a escuchar una palabra de arrepentimiento, un rasgo de humanidad. Simplemente lanzó un insulto de los que más duelen.
Un día de gloria. “Es un día de gloria, hermana. Este tipo no se imaginó que iba a ir a la cárcel”, dijo la mujer con los ojos y la voz embotados.Ya no estaba en la esquina. Cuando el presidente del Tribunal, Jaime Díaz Gavier, anunció la condena a prisión perpetua de Menéndez, pena que deberá cumplir en el penal de Bouwer, al menos por ahora, María Isabel se abrazó a otra mujer que lloraba desconsoladamente mientras le confesaba al oído que nunca pensó que viviría para ver a los represores en la cárcel.
A la ciudadana de la historia le latió demasiado fuerte el corazón cuando la sala estalló en aplausos, gritos y sollozos. Y, casi sin quererlo, se trepó a una de las sillas del recinto y coreó cánticos victoriosos. Con el aliento gastado, María Isabel abandonó la sala. Se había reconciliado con la vida, y con la Justicia.
Fuente: La Voz del Interior.
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