Tenía tres meses en la vida que le tocó, una cardiopatía severa y síndrome de Down.
La madre la dejó en el hospital materno infantil de Mar del Plata y se volvió al campamento de miserias de donde había venido.
El servicio zonal de protección de los derechos del niño de General Pueyrredón se lo comunicó a la Justicia de menores que evaluó los tiempos, las transiciones, las suspensiones y vigencia de las leyes y finalmente dijo: No.
Llevaron el caso al fuero de familia. Los jueces se pusieron de acuerdo y dijeron: Nosotros tampoco.
Los legisladores sancionan leyes imposibles. El Ejecutivo suspende su aplicación. Y la Justicia se escabulle como el agua, escasa y valiosa, entre las rajaduras y las grietas del sistema.
La Suprema Corte de la provincia debió intervenir para señalar la gravedad del caso en el que “se había privado al causante de los derechos que consagran los Tratados que el propio Tribunal de menores cita” y lo declaró competente para resolver la cuestión.
Técnicamente, un problema de competencia, pero tal vez algo más que una fisura jurídica.
No es la primera vez que pasa. Los tratados internacionales suelen quedarse detenidos en el limbo y las leyes vacías flotan sobre nosotros como enormes dirigibles, sin decidirse a apoyar su panza en tierra. Pero la vida, ese río nunca está en otra parte y siempre pasa por acá, nos obliga a hacer y decidir. Entonces no queda más remedio que agarrarse de las leyes como sea, tironearlas hacia abajo y pararlas en las calles por donde caminamos.
Después será cuestión de llenarlas de nosotros y hacer que nos lleven a donde queremos ir.
Tal vez sea ésa la única competencia posible: tirar de las leyes hacia abajo. Hacerlas habitables para todos y que nadie, ni uno solo, se caiga por las grietas.
Fuente: http://www.pelotadetrapo.org.ar/
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