Las continuas idas y venidas del campo, el discurso del gobierno nacional y del endurecido sector agropecuario, todo se convirtió en profusas descalificaciones, desencuentros, mientras el pueblo argentino, ya sea de uno o de otro lado- si hoy se puede tener una postura clara- convive con la desazón cotidiana de lidiar con la especulación y el hartazgo de un conflicto que esta “Bajo el signo de la intolerancia”.
Sobre esta situación de "riña y desencuentros", reflexiona Fernando Micca en su nota de opinión, publicada por La Voz del Interior.
El Gobierno nacional y el campo especulan con que la prolongación de la disputa desgaste a la contraparte y vuelque a la opinión pública en su favor. Pero corren el riesgo de que el hartazgo lleve a la gente a condenarlos a todos.
El conflicto que tiene e n vilo a los argentinos ya se convirtió en una riña de escaso nivel, con más acusaciones en el aire y “chicanas” que fundamentos elaborados. Con esta evolución, no hay ni atisbos de solución a la vista. Ambos actores centrales, Gobierno nacional y campo, especulan con que la prolongación de la disputa desgaste a la contraparte y vuelque a la opinión pública en su favor. Corren el riesgo de que el hartazgo general lleve a la gente a condenarlos a todos.
Sobre esta situación de "riña y desencuentros", reflexiona Fernando Micca en su nota de opinión, publicada por La Voz del Interior.
El Gobierno nacional y el campo especulan con que la prolongación de la disputa desgaste a la contraparte y vuelque a la opinión pública en su favor. Pero corren el riesgo de que el hartazgo lleve a la gente a condenarlos a todos.
El conflicto que tiene e n vilo a los argentinos ya se convirtió en una riña de escaso nivel, con más acusaciones en el aire y “chicanas” que fundamentos elaborados. Con esta evolución, no hay ni atisbos de solución a la vista. Ambos actores centrales, Gobierno nacional y campo, especulan con que la prolongación de la disputa desgaste a la contraparte y vuelque a la opinión pública en su favor. Corren el riesgo de que el hartazgo general lleve a la gente a condenarlos a todos.
Desde los actos del domingo pasado en Rosario y Salta hasta hoy, sólo se sumaron diatribas, descalificaciones y desencuentros. En la ciudad de la bandera, los ruralistas endurecieron el tono para evidenciar su enojo. Eduardo Buzzi, de Federación Agraria, dijo que el Gobierno es un estorbo para las negociaciones y el desarrollo del país y en declaraciones a la prensa advirtió que puede haber violencia en los próximos días. ¿Cuánto ayudan pronunciamientos de esa naturaleza a buscar soluciones?
La respuesta del oficialismo, en esencia, fue similar. El lunes pasado, el Gobierno se declaró ofendido y cortó la posibilidad de diálogo (pese a que la Presidenta había llamado a conversar, en su discurso de Salta, cuando ya sabía lo que habían dicho los ruralistas, cuyo acto se había realizado poco antes). El martes, el Partido Justicialista salió a escena para acusar a los productores de golpistas y equipararlos con los responsables de los quiebres institucionales de otras décadas. El partido de Cristina y Néstor Kirchner quiso poner un límite a la crítica, pero, ¿cuánto tiene de útil esa acusación y descalificación que, además, no pareció conmover a la gente? Se ha llegado a tanta pelea que las dos partes dan prioridad a la derrota del otro antes que a la búsqueda de una solución. El Gobierno. El oficialismo espera que nuevos cortes de rutas y un eventual desabastecimiento den vuelta a la opinión pública, hasta hoy favorable a los productores. Y que la asistencia de tanta oposición a la concentración de Rosario (UCR, Coalición Cívica, socialismo, PRO y hasta parte de la izquierda dura) politice el escenario y favorezca la lectura de que es una lucha del modelo progresista e inclusivo de los Kirchner contra la regresión y la exclusión que propiciarían los otros.
El propio ex presidente Kirchner lo planteó en términos de “dejarlos que se junten, así será más fácil enfrentarlos”. En esa línea de ideas, el PJ salió a escena con el pronunciamiento más severo que haya emitido el oficialismo hasta ahora. Es la ratificación de que en el seno del poder se impone la línea dura, que no quiere negociar sino confrontar y ganar. El planteo del ministro Julio De Vido de que “no es hora para tibios” es un mensaje directo a funcionarios, legisladores, gobernadores e intendentes del propio PJ que se animan a discrepar con la línea oficial.
Por cierto, esto conlleva su riesgo: no son pocos los peronistas con peso que enfocan la cuestión de modo totalmente distinto y cada día lo dicen de manera más abierta. Esto repercute especialmente en Córdoba. El gobernador Juan Schiaretti y el hombre más fuerte del partido, José Manuel de la Sota, salieron por separado a discrepar con el documento del Consejo Nacional Justicialista fogoneado por Néstor Kirchner.
Schiaretti está cada vez más fastidiado por la demora de la Nación en enviar fondos para la Caja de Jubilaciones y en concretar la reprogramación de la deuda. Asume el riesgo de seguir discrepando con el dueño de la chequera. Pero también es una forma de presionar porque los K necesitan los votos de Córdoba. Además, cuando hizo buena letra, Schiaretti recibió poco y nada de la Nación.
Lo de De la Sota se mide en otros términos. Tiene una visión diferente de la Casa Rosada sobre la relación con el campo, entiende que el poder central muestra signos de desgaste y quiere comenzar a instalarse en el plano nacional en la vereda de enfrente de los kirchneristas, siempre dentro de la amplia avenida del justicialismo.
Los productores. La cuestión de cómo se cocinan las cosas en el interior del PJ influye también en los ruralistas. Primero lograron el apoyo de buena parte de la opinión pública y luego sumaron el respaldo de casi toda la oposición política. Ahora, advertidos de las grietas en el justicialismo, van por el apoyo de ciertos dirigentes y corrientes del partido de gobierno. Está el interrogante de cómo actuarán los críticos del peronismo luego del documento partidario que no deja lugar para los grises. Lo que las partes en disputa parecen no advertir es que la prolongación del conflicto genera cuestionamientos crecientes en una sociedad que cae cada vez menos en el simplismo de dividir a los actores de la cosa pública en buenos y malos.
Sostener que los 200 mil asistentes a Rosario son golpistas o idiotas útiles es una interpretación forzada que pareció no calar entre la gente. Realizar una medida de fuerza tan fuerte y prolongada, igualar el interés sectorial (por más importante que sea en la economía) al del conjunto social y descalificar desde los palcos tampoco son actitudes constructivas, por más que los ruralistas también fueron agraviados por el Gobierno.
En una situación de normalidad, estas líneas hubieran estado dedicadas al histórico juicio que se inició el martes último en Córdoba. Un proceso que, como dijo este diario en su editorial de ese día, no es sólo a un hombre (Luciano Benjamín Menéndez) sino a todo un esquema de poder, de dominación y de conculcación de derechos que en su momento se impuso en el país.
En ese punto deberían concentrarse las reflexiones y es de esperar que así ocurra en los próximos días. Por ahora, el conflicto que tiene al país en vilo deja todo lo demás en un segundo plano.
Fuente: La Voz del Interior.
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