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2 de abril de 1982.

Las experiencias y pensamientos en primera persona.
MI 2 DE ABRIL
El 2 de abril de 1982 yo tenía 39 años. Había visto cómo los militares y sus secuaces civiles secuestraban a mi mujer, y torturaban y mataban a mis amigos y colegas.
Desde la ventana de mi oficina, donde yo explicaba los rudimentos de la física atómica a otros periodistas, se veían los edificios blancos, mudos e inertes de la Escuela de Mecánica de la Armada, pero tardé años en enterarme de lo que sucedía allí. Algo pasaba, porque mi jefe, un doctor en física y almirante del más alto rango, que vestía siempre de civil, llevaba una pistola calibre 9 mm en el portafolio. El 1 de abril, a las 2 de la tarde, su secretario privado, un ex suboficial de Infantería de Marina, me dijo: “El almirante Castro Madero quiere que usted no se mueva de aquí hasta nueva orden. Estamos ocupando Malvinas. Ya están las tropas embarcadas”. A mí se me heló la sangre y lo vi como en las malas películas de Hollywood. La Thatcher estaba a punto de perder la reelección y estos pelotudos del Ejército se la estaban dando servida. Íbamos de cabeza a la derrota y a la humillación. Pocas horas después supe la verdad: había sido Anaya el que le había calentado la cabeza a Galtieri, con el premeditado desembarco en las Georgias. A las diez de la mañana del 2 de abril de 1982, en la explanada de la flamante Fábrica de Combustibles Nucleares de Ezeiza, renuncié a mi contrato como agente de prensa de la Comisión Nacional de Energía Atómica. La renuncia me fue rechazada, con la intimación de que debía permanecer en el cargo hasta el día de la inauguración de la Central Nuclear Embalse. Cumplí. Trabajé en la CNEA hasta ese día. A la mañana siguiente volví a Buenos Aires, bajé del avión de la Fuerza Aérea que nos había traído de Córdoba a todos los periodistas, me tomé un taxi en Aeroparque, y me fui a mi casa. No sabía de qué iba a vivir, pero me daba igual. Desde 1976 estaba en una lista negra del Servicio de Inteligencia del Ejército. Esa lista la tenían sobre su mesa todos los responsables de los diarios argentinos. Me lo había dicho Héctor Magnetto, en Clarín, cuando aquel año fui a pedirle trabajo, después del cierre de La Opinión. “¿Cómo ha venido usted a verme?”, me dijo. “¿No sabe que me compromete?”. Un año antes de “la toma de las Malvinas”, la devolución de la soberanía ya era un hecho consumado en Whitehall; faltaba sólo la fecha, como lo cuenta Jorge Marirrodriga en la página 13 de El País del domingo 1 de Abril de 2007. La negociación había estado a cargo del coronel Balcarce, un militar retirado, adscripto al Departamento Malvinas del Ministerio de Relaciones Exteriores, formado como oficial de estado mayor en la academia de Sandhurst y en la École Militaire de París, que había dedicado su vida a la restitución legal de las islas por la vía diplomática, y con quien colaboraba yo ese año desde su minúscula oficina en un petit hôtel polvoriento del Barrio Norte, a unos pasos de la Cancillería. Han pasado 25 años. Me siento tan frustrado y cabrero como el 1 de abril de 1982. Sólo me consuela que, gracias a esa torpeza mesiánica y demagógica de Anaya y Galtieri, se derrumbó por fin una dictadura militar que a los argentinos nos debe 30.000 muertos y desaparecidos. Y el archipiélago de las Malvinas, con sus 649 cruces blancas.
MARTÍN F. YRIART
Fuente: blog del periodista digital.

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