Actualmente, los medios de comunicación masivos, principales disparadores de la opinión pública y pioneros en la determinación de las temáticas sociales de la agenda política de los gobiernos, están poco a poco delineando con comentarios, informes y entrevistas una realidad solapada y encubierta: la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas en el territorio nacional.
Ante la abundante información y noticias relacionadas debemos preguntarnos ¿Ha llegado la hora de reconocer las banderas de autonomía y soberanía que proclaman los aborígenes en su Discurso de Verdad o la irrupción de esta realidad -acompañada por años de sufrimiento, aislamiento y atropello cultural- es la temática que, embanderada en los postulados de los “derechos humanos”, debe ser atendida como uno de los tantos grupos minoritarios que conviven en nuestra sociedad? ¿La primicia y la urgencia de una conciencia social adormecida son las causas de este movimiento de revaloración o la moralidad y la memoria tan postergada en nuestro país, ha renacido? Esta es la cuestión. Esta realidad puede verse a través de los espejitos de colores, cual Colón cuando despojó a los aborígenes de sus tierras, en su salvaje colonización y ambiciosa aventura, ¿estamos preparados para escuchar una verdad acallada que puede corromper nuestras creencias?
La verdad o la realidad no está en las mentadas políticas públicas que dibujan la realidad de miles de aborígenes, sino en la cruda realidad que se ve cuando se ingresa en los lugares que hace miles de años habitan, sus lugares de pertenencia y culto. Allí la avaricia del hombre ha irrumpido, generando, la degradación del medio ambiente, el empobrecimiento de los suelos, la escasez de agua, asistencia médica insuficiente. La carencia, la desnutrición de niños y adultos y la apropiación de sus tierras, son algunos de los factores que privan de una vida digna a los pueblos indígenas del país.
Hoy los pueblos originarios de la Argentina luchan contra formas más feroces que la domesticación de la naturaleza, luchan contra la lógica de la explotación y el usufructo económico de sus suelos.
Luchan para continuar viviendo en armonía con su entorno sin destruirlo. Luchan por romper los espejitos de colores, con los cuales los argentinos miramos la realidad.
"El aborigen sin tierra no es aborigen. Para ellos la tierra no es una simple mercancía o un bien de producción y lucro. Es como su espacio cultural, el lugar de sus mitos y su historia. Es el hábitat de vida penetrada de tradiciones y valores. Es el lugar donde reposan sus antepasados. Es la madre-tierra con quien conviven y mantienen una relación mística y religiosa", German Bournissen, Coordinador Nacional del Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (ENDEPA),
Josefina Blanco Pool.
Ante la abundante información y noticias relacionadas debemos preguntarnos ¿Ha llegado la hora de reconocer las banderas de autonomía y soberanía que proclaman los aborígenes en su Discurso de Verdad o la irrupción de esta realidad -acompañada por años de sufrimiento, aislamiento y atropello cultural- es la temática que, embanderada en los postulados de los “derechos humanos”, debe ser atendida como uno de los tantos grupos minoritarios que conviven en nuestra sociedad? ¿La primicia y la urgencia de una conciencia social adormecida son las causas de este movimiento de revaloración o la moralidad y la memoria tan postergada en nuestro país, ha renacido? Esta es la cuestión. Esta realidad puede verse a través de los espejitos de colores, cual Colón cuando despojó a los aborígenes de sus tierras, en su salvaje colonización y ambiciosa aventura, ¿estamos preparados para escuchar una verdad acallada que puede corromper nuestras creencias?
La verdad o la realidad no está en las mentadas políticas públicas que dibujan la realidad de miles de aborígenes, sino en la cruda realidad que se ve cuando se ingresa en los lugares que hace miles de años habitan, sus lugares de pertenencia y culto. Allí la avaricia del hombre ha irrumpido, generando, la degradación del medio ambiente, el empobrecimiento de los suelos, la escasez de agua, asistencia médica insuficiente. La carencia, la desnutrición de niños y adultos y la apropiación de sus tierras, son algunos de los factores que privan de una vida digna a los pueblos indígenas del país.
Hoy los pueblos originarios de la Argentina luchan contra formas más feroces que la domesticación de la naturaleza, luchan contra la lógica de la explotación y el usufructo económico de sus suelos.
Luchan para continuar viviendo en armonía con su entorno sin destruirlo. Luchan por romper los espejitos de colores, con los cuales los argentinos miramos la realidad.
"El aborigen sin tierra no es aborigen. Para ellos la tierra no es una simple mercancía o un bien de producción y lucro. Es como su espacio cultural, el lugar de sus mitos y su historia. Es el hábitat de vida penetrada de tradiciones y valores. Es el lugar donde reposan sus antepasados. Es la madre-tierra con quien conviven y mantienen una relación mística y religiosa", German Bournissen, Coordinador Nacional del Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (ENDEPA),
Josefina Blanco Pool.
1 comentario:
Muy interesante la nota, breve y contundente, de uno de los temas que los gobiernos omiten y la sociedad desconoce y quiere desconocer.
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