La prohibición y destrucción de libros ofrece una historia con múltiples entradas, y sus diferentes versiones no la agotan porque a veces ni siquiera son complementarias. De cualquier modo, se pueden indicar elementos comunes: el Índice de libros prohibidos de la Iglesia Católica de 1559, la quema de 20 mil volúmenes por parte de los nazis en 1933 y el bombardeo de los serbios a la Biblioteca Nacional de Sarajevo, en 1992, donde se perdieron dos millones de volúmenes.
En la historia argentina se puede citar, entre otras, la jornada del 30 de agosto de 1980 cuando la policía de la Provincia de Buenos Aires quemó un millón y medio de ejemplares y fascículos del Centro Editor de América Latina, y una cifra importante fue incautada, y que se bautizó como "Día de la vergüenza del libro argentino". A eso hay que agregarle la cantidad de textos que, de manera solapada, sigilosa, fueron y son prohibidos día a día en diversos países por instituciones religiosas, civiles y políticas. También cabe mencionar aquellas situaciones en que, ante una amenaza, un escritor o un editor –o ambos– deciden dar un paso al costado para evitar las acciones con alcances inesperados que prometen ejecutar determinadas facciones.
El rasgo común de estos hechos es la intolerancia y la voracidad por eliminar lo que aparece como diferente. Para reflexionar acerca de la censura, esta tarde, a las 18 en el Auditorio del Obispo Mercadillo se realizará el panel "Libros prohibidos", con la participación del editor y poeta José Luis Mangieri, el investigador y docente Héctor Schmucler y el librero y editor Rubén Goldberg, coordinados por María Teresa Sánchez.
Una única verdad. "No se debe separar la censura y la prohibición de libros del conjunto de hechos que ocurren en una época", afirma Héctor Schmucler. Quizás por eso el capítulo de la censura editorial y de las obras de arte queda opacado "frente a lo siniestro de la desaparición de personas", argumenta. "Desde un punto de vista simbólico se trata de eliminar aquello que no se considera verdad", afirma. Estos episodios de limitación o suspensión de la libertad de una persona, un grupo o una editorial, ya sea que hayan sucedido en coyunturas históricas lejanas o más cercanas en el tiempo, para Schmucler señalan una constante: "Desde el pensamiento totalitario la única verdad sería la de los que mandan en un momento determinado". Y añade: "Lo que se anula es el negativo de lo que se quiere mostrar como positivo, o sea la verdad que sostiene el censor".
A su vez, José Luis Mangieri opina que "el libro trae ideas con las que uno puede o no coincidir, pero se trata de un instrumento de trabajo y un instrumento ideológico, por eso se lo quema". Una prohibición que para ambos se completa con la destrucción cultural en todos los aspectos, como el exilio de intelectuales y escritores, las expulsiones en la universidad y el silenciamiento en diversos órdenes de la vida social.
¿Caos o planificación? La historia argentina es lamentablemente ejemplar en este punto, más que nada por la ejecución de políticas totalizantes de parte de todas las dictaduras del siglo 20. La quema de colecciones de Eudeba, del Centro Editor de América Latina y de otras editoriales son ejemplos de un programa de aniquilación con raíces en las primeras décadas del siglo. "Veían al libro como un arma peligrosa", dice Mangieri. Y agrega: "Pero no se trató sólo de la impugnación de libros políticos y no políticos sino de algo más amplio, de un ejercicio punitorio moral que puede verse en todo el siglo". Todos los gobiernos dictatoriales se dedicaron, aunque con un énfasis mucho más marcado el último, a prohibir, quemar y desaparecer libros como también a excluir otras expresiones de la vida cultural. Schmucler y Mangieri coinciden en señalar que la política represiva fue absolutamente planificada pero también destacan la importancia del "extenso período de censura previa", y que comprende la clausura de editoriales y librerías y que "se desarrolló desde el gobierno de Perón hasta el de Isabel", señala Mangieri.
Para Schmucler no hay sin embargo puede verse una lógica clara en la elección de los libros prohibidos. "El sistema de prohibición fue bastante desordenado, caprichoso, no sistemático e inespecífico". Y argumenta que en general se trataba de "un funcionario que se obsesionaba con algún título por distintos motivos y lo censuraba". Cita el caso de libros de Marx que nunca fueron prohibidos, pero que libreros y editores sacaban de circulación por "el terror establecido en el conjunto de las prácticas sociales".
Mangieri asegura en cambio que "la destrucción editorial no fue en absoluto caótica, había listas claras de escritores, libros y editoriales. Recuerdo haber leído que un general dijo en un diario: ‘ahora que terminamos con los libros, hay que continuar con los que los editaron’".
Censura y autocensura. El papel de las editoriales en la última dictadura es un punto en que Schmucler y Mangieri no coinciden. "No conozco que haya habido un control sistemático sobre las editoriales, a excepción de Siglo XXI, De la Flor y alguna que otra", dice el investigador cordobés. Y agrega: "El criterio respecto de Siglo XXI era que proveía de bibliografía a la guerrilla, y esto me consta porque tengo documentos que lo acreditan". Pero también asegura que durante los años de la dictadura se siguieron vendiendo títulos de esa editorial, con excepción de unos pocos. En su opinión, con De la Flor primó, más que la lucha contra las ideas revolucionarias, "la consideración de que su catálogo postulaba una oposición al orden moral vigente".
Para Mangieri, "así como estuvo planificada la desaparición física de personas, lo mismo sucedió con la prohibición de editoriales". Ambos coinciden en lo referente al ejercicio de la censura en diarios y revistas.
Sin embargo, Schmucler advierte la importancia de la autocensura: "Hubo una voluntad de hacerse a un lado de parte de algunas publicaciones", señala. Y argumenta que ese movimiento "fue producto más bien del terror que de medidas específicas vinculadas a las políticas editoriales".
Repasando la actualidad, Mangieri admite que nos encontramos en un período de calma y libertad de expresión, pero lanza una advertencia: "Creo que los ‘valores’ de las dictaduras todavía hoy subyacen en buena parte de la sociedad".
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