Gualberto “Coco” Romero (52) es un entusiasta de lo que hace. Nacido en Salta y criado en Buenos Aires, lleva el carnaval en las venas. Su pasión por todo lo relacionado con el rey Momo hace que la rima entre Romero y “murguero” o “musiquero” suene honrosamente natural. Además de autor de un clásico como La murga porteña, historia de un viaje colectivo y otros estudios referenciales, desde hace 20 años dirige la agrupación del Centro Cultural Rojas, en Capital Federal. Además de ser un espectáculo en y para todos los sentidos, la murga del Rojas no distingue entre capacitados y discapacitados, ricos y pobres, rubios y morochos.
En el marco de las actividades impulsadas por DesafiArte, “Coco” Romero vino a Córdoba para dictar talleres docentes de inclusión de discapacitados.
“Desde mis inicios no hago sino aplicar la prédica de Domingo Faustino Sarmiento, quien como maestro aseguraba que ‘toda fiesta es educativa’ y como presidente (1868-1874) restituyó y oficializó los carnavales en el almanaque”, afirma el veterano murguista. Luego precisa que “el primer corso, o los registros de tal manifestación callejera, datan de 1869”. Pocos se imaginan que, detrás del gesto ceñudo del gran sanjuanino, se escondía un espíritu dionisíaco que apreciaba “la unión y libertad que propician las fiestas populares”. Hace un siglo y medio que los carnavales están “permitidos” en la Argentina. Pero todavía cuesta incorporar el concepto y la práctica a la currícula educativa y dentro de las artes, especiales o no. De abajo hacia arriba
–El reconocimiento de la murga, ¿obedece a factores propios o al fenómeno uruguayo? –Yo los admiro mucho a los uruguayos. Pero me ofusco cuando son lo primero que viene a la mente al hablar de murgas; es como que el fenómeno se asocia únicamente con ellos. Hasta para los encuentros específicos, como los relacionados con inclusión social y discapacidad, mucha gente baraja el nombre de Falta y Resto. Es una agrupación musical fantástica, pero representa un hecho absolutamente escénico que tiene poco que ver con lo que tratamos de llevar adelante como corriente educadora.
–De todos modos, en Argentina costó más asumirla y respetarla como expresión social.
–Sí, pero una vez que prendió, prendió fuerte. El candombe y otros ritmos asociados al carnaval y a la cultura afroamericana o hispano-morisca son inseparables de la idiosincrasia uruguaya. Acaso la diferencia estriba en que Buenos Aires es una ciudad que expulsa. Le costó aceptar el folklore que provenía de los bajos fondos, por así decirlo. El tango sigue siendo el ejemplo más preciso. Pasó un tiempo hasta ser aceptado por las clases medias y altas. En cuanto pudieron, lo volvieron a relegar. El fenómeno tanguero de los últimos años en realidad proviene de afuera o es propiciado por los extranjeros. A su vez, las comparsas originales tienen mucho del tango prostibulario. Cuando una barra corea “esta murga se formó al pie de un conventillo”, ignora que esos versos provienen de una milonga muy vieja y arrabalera.
–¿Que función formativa cumple la murga?, ¿cómo logra disciplinar a quienes les cuesta interpretar y ejecutar consignas?
–Como espacio de libertad, la murga asiste al débil y es una herramienta apropiada para la educación no formal. Enseguida consigue movilizar al retraído, al disminuido, al excluido. Es algo que logra casi automáticamente. Por eso, el docente murguista tiene que tener una visión más amplia del tema. Debe estar formado e involucrarse en la construcción del espacio común. Con ese fin damos estos talleres. En la murga hay que repartir y organizar tareas, desde el pegado de lentejuelas al cuidado de los instrumentos, pasando por la programación de ensayos o la confección de trajes. Hay que trabajar mucho la expresión corporal, en todas sus variantes: baile, malabarismo, contorsión, destreza, etcétera. Uno de los logros es el que acaba de ejemplificar la profesora Liliana Villena, al contar que la murga de “Ckari Kay” ya prácticamente se maneja sola. Ya no la necesitan más a ella.
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